En vez de ser considerados propuestas imprecisas, limitadas por la insuficiencia de conocimientos o el apresuramiento, las opiniones se convierten en expresión irrebatible de la personalidad del sujeto: <<esta es mi opinión>> <<eso será su opinión>>, como si lo relevante en ellas fuese a quién pertenece en lugar de en qué se fundan. La antigua y poco elegante frase que suelen decir los tipos duros de algunas películas yanquis- <<las opiniones son como los culos; cada cual tiene la suya>>-cobra vigencia, porque ni de las opiniones ni de los traseros cabe por lo visto discusión alguna ni nadie puede desprenderse ni de unas ni de otro aunque lo quisiera. A ello se le une la expresión beatífica de <<respetar>> las opiniones ajenas, que si de verdad se pusiera en práctica paralizaría cualquier desarrollo intelectual o social de la humanidad. Por no hablar del <<derecho de la opinión propia>>, que no es el de pensar por sí mismo y someter a confrontación razonada lo pensado sino el de mantener la propia creencia sin que nadie interfiera con molestas objeciones. Este subjetivismo irracional cala muy pronto en niños y adolescentes, que se acostumbran a suponer que todas las opiniones, es decir, la del maestro que está hablando y la suya, que parte de la ignorancia, valen igual y que es señal de personalidad autónoma no dar el brazo a torcer y ejemplo de tiranía tratar de convencer a otro de su error con argumentos e información adecuada.
La tendencia a convertir las opiniones en parte simbólica de nuestro organismo y a considerar cuanto las desmiente como una agresión física (<< ¡ha herido mis convicciones!>>) no solo es una dificultad para la educación humanística sino también para la convivencia democrática. Vivir en una sociedad plural impone asumir que lo absolutamente respetable son las personas, no sus opiniones, y que el derecho a la propia opinión consiste en que sea escuchada y discutida, no en que se la vea pasar sin tocarla como si de una vaca sagrada se tratase.
Fernando Savater
El valor de educar, Ariel
He decidido realizar un comentario de texto sobre el valor de las opiniones problematizando una clara cuestión. ¿Qué valor damos a las opiniones?
Para mí, tener una opinión no es exclusivamente aportar tu acuerdo o desacuerdo con lo que se discute, si no hacer tuyo ese problema y argumentar basándote en lo que sabes, nadie tiene derecho a opinar si no conoce el tema de antemano. Estamos acostumbrados a respetar las de los demás y plantear las nuestras posteriormente como si estuvieran protegidas por un cristal y no pudieran ser tocadas, solo observadas.
Si una opinión tiene una clara finalidad es ser rebatida, contradicha. Si ésta es firme, podrá ser defendida y se mantendrá en pie por sí misma, si no lo es, en ningún lugar está escrito que tengamos que ser fieles a ella, que no podamos modificarla, podemos cambiarla si lo vemos necesario y los argumentos que poseemos son más débiles que los que nos contradicen, bien sabemos que tener una opinión no es sinónimo de llevar razón, pues puedes estar completamente convencido de que tu afirmación es la correcta y no estar en lo cierto.
Nuestros ideales nos conforman como personas, por esta razón, si tratáramos de aceptar lo que todo el mundo piensa, el avance de la sociedad sería caótico, no existirían abogados, la filosofía no tendría sentido- pues nos limitaríamos a aceptar las cosas tal y como son-, sería imposible aprender de los demás, nadie contrapondría conocimientos…
Pero, ¿hasta qué punto defender una opinión?, preguntemos a aquellos que en estos momentos están viviendo una guerra, a los que pegan a sus mujeres en países subdesarrollados porque es algo normal, puede que ellos tengan una respuesta…
Tú decides, ¿utilizas tu opinión como arma o como escudo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario