sábado, 19 de noviembre de 2011

¿Por qué tenemos miedo a la soledad?

Ocupamos nuestra mente a cada momento y queremos hacer lo mismo con nuestra vida en general, llenarla de personas en todo momento para no vernos nunca solos, para no vernos afectados por el terrible virus de la SOLEDAD, esa que nos destruye poco a poco, esa que no entiende nadie…
Para algunos, la soledad es lo más parecido a la muerte que tenemos, pues al pensar en ambas cosas, el miedo se manifiesta del mismo modo, nos intranquiliza pensar que no hay nadie más junto a nosotros, lo que nos entristece grandiosamente la mayoría de las veces.
Para mí, la  soledad no es sinónimo de no tener compañía, pues hay veces que te encuentras rodeado de mucha gente y no sirve para nada. En realidad es algo que todos y cada uno de nosotros llevamos dentro bien guardado y florece cuando nuestro estado de ánimo marchita. ¡Qué cosa más contradictoria ésta!
Si debemos enfrentarnos a nuestros temores, ¿por qué huimos de la soledad?
Tratamos de esquivarla como animal amenazado ante un cazador, corremos cuando viene hacia nosotros, como si de un abismo se tratara…
La soledad muchas veces nos hace darnos cuenta de qué somos en realidad, nos hace estar frente a nosotros mismos, tomándonos como única compañía, al fin y al cabo nadie te conoce mejor que tú mismo.
 Tenemos miedo a vernos tal y como somos, solos ante la vida, ante nuestros pensamientos, sin nadie más que nos escude y proteja, y tratamos de buscar compañía para entretener nuestra mente y disfrazar nuestros temores.
Cuando cerramos los ojos e intentamos imaginar qué es la soledad, es curioso como en mi caso, aparece una mujer sentada en una silla, sola, en una  lúgubre y triste habitación. Creo que es la representación más negativa que puedo tener, al igual que la de cualquiera que piense lo mismo, ya que reafirmando lo anteriormente dicho, vernos solos muchas veces nos fortalece, un buen motivo por el que cambiar esa percepción…
Aprovecha aquellos momentos en los que te sientas solo para buscar tu propia compañía, no tengas miedo a la soledad, o mejor dicho, no tengas miedo de ti mismo.

jueves, 10 de noviembre de 2011

¿Qué es el aburrimiento?

Vivimos llenos de tareas, actividades extraescolares,  moviéndonos de un lado a otro, presumimos de ser personas ocupadas, tenemos exámenes, deberes, obligaciones, y aún así  a veces decimos que nos aburrimos.
Por eso me he preguntado ¿Por qué nos aburrimos? Yo creo que es algo que nadie acaba de comprender muy bien, simplemente, lo dice, como si de una expresión más se tratara y no se para a reflexionarlo.
El aburrimiento en sí, para mí no existe, porque considero  que esta acción aparece cuando no tenemos nada que hacer, y eso nunca sucede. Siempre tenemos algo pendiente, otra cosa es que no tengamos ganas de hacerla en ese instante. Aburrirse es someterse a un estado mental en ‘’off’’ como si desconectáramos del mundo y cualquier cosa (cuanto más simple mejor) pudiese valernos para ayudarnos.
Cuantas más cosas tengo que hacer y no hago por falta de ganas, más digo que me aburro, entonces, si me aburro cuando no estoy haciendo nada, ¿Me aburro porque tengo muchas cosas que hacer y no las hago o porque no tengo nada que hacer? Tener cosas que hacer, no es  entretenernos, pues muchas veces estamos haciendo algo sin ganas y seguimos aburridos
El concepto ‘’aburrimiento’’ es característico de los países desarrollados, pues tenemos tantas cosas que nos cansamos de ellas, por eso debemos agradecer que podamos desarrollar a veces esta sensación. Quizás un niño de un país subdesarrollado está deseando conocer qué se siente al estar harto de lo que tiene, que al menos le quede tiempo para decir ‘’qué aburrimiento’’ pero está demasiado ocupado buscando agua para sus hermanos o trabajando para mantener a su familia.
Aburrirnos es malo, muy malo, pues siempre nos lleva a pensar qué hacer y no siempre  son cosas buenas.
 Cuando era pequeña y no sabía qué hacer madre me decía que ‘’Cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas’’ y es cierto, cuando no tenemos entretenimiento aparente, en mi caso, para matar el tiempo hago cosas de poco provecho, en vez de ponerme a estudiar, cojo el ordenador o discuto con mi hermana, no porque piense que así voy a matar el tiempo, que al final es lo que haces, si no porque el mismo aburrimiento te hace estar pendiente de cosas que si estuvieras ocupada, no recibirían tu atención.
En el fondo nos gusta estar aburridos, muchas veces decimos ‘’qué aburrimiento’’ por decirlo, pongo un claro ejemplo:  En clase, estamos tan ensimismados en nuestro aburrimiento que no pensamos que si escucháramos quizás nos entretendríamos, y claro, al final no prestas atención porque te aburres, pero también te aburres por el mismo aburrimiento.
En conclusión, llamamos aburrimiento a las ganas de no hacer nada, no al no tener nada que hacer. Si invirtiéramos sólo una parte del tiempo que perdemos aburriéndonos, en hacer cosas que sirvieran de algo, el mundo estaría lleno de genios.

Al fin y al cabo, decir lo que nos aburrimos no nos entretiene y entretenernos durante demasiado tiempo acaba aburriéndonos.


martes, 1 de noviembre de 2011

El valor de las opiniones

En vez de ser considerados propuestas imprecisas, limitadas por la insuficiencia de conocimientos o el apresuramiento, las opiniones se convierten en expresión irrebatible de la personalidad del sujeto: <<esta es mi opinión>> <<eso será su opinión>>, como si lo relevante en ellas fuese a quién pertenece en lugar de en qué se fundan. La antigua y poco elegante frase que suelen decir los tipos duros de algunas películas yanquis- <<las opiniones  son como los culos; cada cual tiene la suya>>-cobra vigencia, porque ni de las opiniones ni de los traseros cabe por lo visto discusión alguna ni nadie puede desprenderse ni de unas ni de otro aunque lo quisiera. A ello se le une la expresión beatífica de <<respetar>> las opiniones ajenas, que si de verdad se pusiera en práctica paralizaría cualquier desarrollo intelectual o social de la humanidad. Por no hablar del <<derecho de la opinión propia>>, que no es el de pensar por sí mismo y someter a confrontación razonada lo pensado sino el de mantener la propia creencia sin que nadie interfiera con molestas objeciones. Este subjetivismo irracional cala muy pronto en niños y adolescentes, que se acostumbran a suponer que todas las opiniones, es decir, la del maestro que está hablando y la suya, que parte de la ignorancia, valen igual y que es señal  de personalidad autónoma no dar el brazo a torcer y ejemplo de tiranía tratar de convencer a otro de su error con argumentos e información adecuada.
La tendencia a convertir las opiniones en parte simbólica de nuestro organismo y a considerar  cuanto las desmiente como una agresión física (<< ¡ha herido mis convicciones!>>)  no solo es una dificultad para la educación humanística sino también para la convivencia democrática. Vivir en una sociedad plural impone asumir que lo absolutamente respetable son las personas, no sus opiniones, y que el derecho  a la propia opinión consiste en que sea escuchada y discutida, no en que se la vea pasar sin tocarla como si de una vaca sagrada se tratase.
                                                                                                                                 Fernando Savater
                                                                                                                             El valor de educar, Ariel

He decidido realizar un comentario de texto sobre el valor de las opiniones problematizando una clara cuestión. ¿Qué valor damos a las opiniones?

Para mí, tener una opinión no es exclusivamente aportar tu acuerdo o desacuerdo con lo que se discute, si no hacer tuyo ese problema y argumentar basándote en lo que sabes, nadie tiene derecho a opinar si no conoce el tema de antemano. Estamos acostumbrados a respetar las de los demás y plantear las nuestras posteriormente como si estuvieran protegidas por un cristal y no pudieran ser tocadas, solo observadas.
Si una opinión tiene una clara finalidad es ser rebatida, contradicha. Si ésta es firme, podrá ser defendida y se mantendrá  en pie por sí misma, si no lo es, en ningún lugar está escrito que tengamos que ser fieles a ella, que no podamos modificarla, podemos cambiarla si lo vemos necesario y los argumentos que poseemos son más débiles que los que nos contradicen, bien sabemos que tener una opinión no es sinónimo de llevar razón, pues puedes estar completamente convencido de que tu afirmación es la correcta y no estar en lo cierto.
Nuestros ideales nos conforman como personas, por esta razón, si tratáramos de aceptar lo que todo el mundo piensa, el avance de la sociedad sería caótico, no existirían abogados, la filosofía no tendría sentido- pues nos limitaríamos a aceptar las cosas tal y como son-, sería imposible aprender de los demás, nadie contrapondría conocimientos…

Pero, ¿hasta qué punto defender una opinión?, preguntemos a aquellos que en estos momentos están viviendo una guerra, a los que pegan a sus mujeres en países subdesarrollados porque es algo normal, puede que ellos tengan una respuesta…

Tú decides, ¿utilizas tu opinión como arma o como escudo?

Como siempre, me gusta dejaros una frase para recordar, la de hoy, fue dicha por Lingrée:

''El que no tiene opinión propia siempre contradice la que tienen los demás''.